Humor y pesimismo suelen estar emparentados. Ya Nietzsche había advertido, con la sombría certeza que lo caracterizaba, que “el hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”. No me siento con suficiente derecho a ser tan sufrido y sentencioso, pero coincido en que, al nacer de la repentina aparición de lo absurdo en una situación de la que se esperaban desenlaces previsibles, el humor tiene su indudable esencia de catarsis. De allí puede entenderse que, ante una situación en la que pareciera que ya no se puede estar peor, sólo restan dos salidas: la risa o el llanto. El que en ese momento llora, sospecha secretamente que ya tocó fondo y tiene derecho a compadecerse de sí mismo. El que ríe, en cambio, sabe que esa situación podría ser apenas el prólogo, por lo que llorar sería un lujo inadmisible. Reír, entonces, parece ser cosa de genuinos pesimistas.
Esa pareciera ser de las primeras conclusiones con las que uno se topa en tanto avanza en las páginas de este Breviario del ocio que nos sugiere Carmen Rosa Gómez: El inevitable maridaje que se da entre humor y pesimismo cuando se produce lo absurdo o lo inesperado. Y, como ya lo señaló el maestro Adolfo Bioy Casares en una entrevista guardada en algún rincón de mi memoria: hay historia sólo cuando la vida pierde su previsible cotidianidad. Entonces, ateniéndose a las lecciones de los maestros, Carmen Rosa se dedica a proponer, usando un brevísimo espacio para ello, situaciones en las que se pongan de manifiesto esa cualidad esencial de la vida: lo imprevisible. Esa condición tan propia de ella que ha dado pie a una expresión (que debe tener su equivalente en todo idioma que se hable en la tierra): “Déjame reír para no llorar”.
Y, si bien es cierto que una de las características fundamentales de los que escriben literatura es la viciosa condición de voyeur, este ejercicio del absurdo, el pesimismo y el humor que nos presenta Carmen Rosa parece haberse operado con un microscopio, dada la detenida observación, en tan minúscula escala, de los episodios de vida que narra. El microcuento, como género, tiene una carga de imágenes tan comprimida, una pista tan corta para ir y venir, que, como la poesía, se desarrolla apelando a las imágenes y prescindiendo casi de las ideas para presentar sus especulaciones.
Eso es lo que encontraremos en este Breviario del Ocio, el cual está compuesto por 24 textos de breve o brevísima extensión: Un paseo por situaciones que nos obligarán a detenernos para ver de qué nos perdimos, a hacernos releer y estar atentos, a desconfiar y a suponer. Es, como la acepción original del término Breviario, un sumario de historias esbozadas que cobran vida en tanto las leemos y releemos.
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