Jesse Ball es un autor poco conocido en nuestro país. Decir poco conocido es una afirmación retórica. Se trata de un autor desconocido en nuestro país y, posiblemente, en buena parte del continente, cuyo talento llega a nuestras costas a través de Curfew (Toque de queda), una hermosa novela traducida por Carlos Gardini, para esa excelente editorial argentina dirigida por Luis Chitarroni llamada La Bestia Equilatera.
Ball (Nueva York, 1978) es un escritor norteamericano que dicta cursos de Escritura Creativa en la School of the Art Institute of Chicago. Toque de queda (2011) es su tercera novela y la primera en ser traducida al español, precedida por Samedi the deafness (2007) y The way through doors (2009).
Toque de queda cuenta la historia de William, un ex violinista que se gana la vida redactando lápidas, quien vive con su hija Molly, una inteligente niña muda de ocho años. William intenta procurar a su hija una vida normal, feliz, en el interior de su hogar, como forma de contrarrestar el opresivo ambiente que se respira en las calles de la ciudad en la que viven, regida por un gobierno totalitario cuyo mayor terror radica en que cada vez es más invisible.
Una ciudad sin nombre ni ubicación geográfica ni histórica. Una historia que alude a un tema que gravita sobre la larga y dolorosa experiencia humana al respecto. Una atmósfera kafkiana, inasible, perversa. Aterradora en su ausencia de formas. Ese universo incorpóreo de un totalitarismo que, con sus arbitrariedades y abusos al azar, busca asimilarse entre los ciudadanos a una condición de destino inexorable. A suplantarlo (al destino) y volverse irreversible en la mente de sus víctimas.
William sabe que le resulta imposible controlar los elementos externos, por lo que se vuelca a producir una atmósfera “normal” dentro de los límites de su hogar. “Gran parte de su vida en los últimos años había consistido en tratar de que las cosas no empeorasen. Mediante una serie de hábitos, intentaba aislar y proteger la vida que llevaban Molly y él, para que nadie la invadiera ni la alterara”.
Pero en medio de esa “normalidad”, recibe información acerca de su esposa desaparecida (víctima del invisible régimen de terror) y, tras la pista de esa información, asiste a una misteriosa reunión una noche, retando el toque de queda. Para ello deja a Molly en la casa de los Gibbons, una pareja de ancianos vecinos quienes, a fin de distraerla, la invitan a hacer un montaje teatral con títeres, el oficio que tuvo toda su vida el señor Gibbons, en el que ella escribirá el guión.
Molly comienza a escribir el guión, que es su vida, y se lleva a cabo el montaje. En adelante la novela se bifurcará entre lo que acontece a William en la calle y la historia que va contando Molly para, finalmente, fusionar ambas historias de manera magistral.
Ball, además de novelista, es poeta. Un par de títulos así lo atestiguan. Pero también lo atestigua la destreza con la cual, con esos elementos, desarrolla una hermosa, poderosa y brillante novela. Pudo haberse sumergido en el melodrama. Pudo haber sucumbido al tono de la denuncia. Pudo haber contado una historia de suspenso. Pero prefirió demostrar que siempre se podrá volver a contar las mismas historias como si estuviésemos asistiendo a ellas por primera vez.
En Toque de queda se asoman sentimientos e ideas que no terminan de expresarse, pero no por impericia del autor, sino como una forma de manejarse dentro de los límites que se impuso a fin de empujar al lector a desentrañar sus códigos, a darle significados más poderosos a las escenas que, como una representación teatral, nos hace suponer que estamos ante una metáfora que resuena en diversos aspectos de nuestra propia experiencia humana.
Toque de queda traza una historia conmovedora y hermosa, sin recurrir a efectos baratos. Una novela que, como toda buena novela, mueve emociones en nosotros de forma invisible, como el gobierno totalitario que se respira en sus páginas, acudiendo a la ambigüedad y al poder del lenguaje, como cuando nos dice que “el gobierno no había emitido ningún comunicado oficial al respecto. No había toque de queda. Solo una declaración: Los buenos ciudadanos pasan la noche en la cama”.
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