El idiota de mi ex vuelve al ataque, de Darío Carpio

dariocarpioEs fama que la estirpe de los cocineros se ofende ante la sola mención de la palabra “receta”. Que, para ellos, cocinar es hacerle frente a la prodigiosa aventura de engendrar vida a partir de la nada. Es mezclar y procesar ingredientes, guiado sólo por la intuición, para producir un efecto: Felicidad, asombro, belleza, o cualquier otro nombre con el que se pretenda nombrar este sibilino resultado. Es de esas actividades que desarrollan una comunicación poco articulada pero profunda que algunos llaman sabiduría, la cual no es sencillo llevar a reglas escritas.

En eso, cocinar y escribir, se asemejan. Ya lo había notado el gran Bioy Casares, cuando señaló que escribir, como preparar un plato, es “saber, en todo momento de la composición, cuál es la cantidad suficiente”. Algo que parece fácil, pero cualquiera que lo enfrenta sabe que dista mucho de serlo.

En la escritura, la anterior afirmación se puede constatar dramáticamente. Por eso uno se alegra tanto cuando se tropieza con un primer libro que, como un buen cocinero, parece vislumbrar el secreto de unir palabras “en cantidad suficiente” para producir historias con vida propia.

Me sucedió con el libro que hoy nos reúne: El idiota de mi ex vuelve al ataque. Un título deliberadamente ambiguo y provocador, que anunciaba el deseo manifiesto y calculado de no pasar desapercibido. Lo cual, puestos a ver, no es bueno ni malo. Quizá riesgoso, por esa posibilidad de despertar expectativas que puedan no satisfacerse.

Tocaba averiguarlo. Al presentir que me encontraba ante alguien consciente de la importancia del efecto, redoblé mi desconfianza de lector y me fui directo… a cualquier cuento que no fuese el primero. Ese cuento al azar se llamaba Saludos cordiales y lo leí con mucha atención, sentado en una de las butacas de esta librería.

La buena escritura, y eso lo saben los más consumados maestros del género, no sabe de fórmulas. Gigantes de la novelística mundial reconocen con frustración que cada nueva historia es un reto al que se comienza desde cero. Como el amor, que es dedicación, intuición y riesgo. Pero, así como no hay cómo explicar las “proporciones correctas” para producir un buen texto, también es cierto que un lector entrenado sabe cuándo se encuentra ante un autor con talento. Así se trate de un autor en ciernes. De una promesa vislumbrada.

Eso sentí cuando terminé de leer ese primer cuento al azar de El idiota de mi ex vuelve al ataque. En ese momento el provocador título se libró de la sospecha de ser un truco de feria y pasó a ser un elemento más que me llevó a una convicción: la de querer seguir leyendo las historias que el volumen proponía. Esa sospecha de lo bueno por venir, que es la que determina el encuentro entre lectores y libros, cuando no media el prestigio del autor.

La naturaleza de los personajes de El idiota de mi ex vuelve al ataque no es más que un reflejo de los tiempos que toca vivir. Pueden ser cínicos, pero no necesariamente porque se lo propongan. Creo, incluso, que lo son sin darse cuenta. Acaso responden al entorno con las herramientas que tienen a mano. Acaso sólo buscan sobrevivir sin hacer un drama de sus sinsabores. De hecho, juraría que no sólo no se proponen ser cínicos, si no que no parecen proponerse nada trascendente. Ni siquiera atarse a otra regla de juego que no sea la de la sobrevivencia. Y ni aún en este término el autor busca grandilocuencia. Cuando hablamos de sobrevivencia para referirnos a estas historias, podemos estar hablando simplemente de salir bien librados de situaciones embarazosas.

Son trece relatos habitados por gente normal: plomeros con amores ocultos, oficinistas que trasladan a sus subalternos las arbitrariedades recibidas, hermanos que pretenden redimirse, empleados tímidos y enamorados en silencio, mujeres cuaimas, mujeres pendejas, gente que se deja llevar por el autobús de la vida y sólo piensa en el momento de saltar sin hacerse añicos. Gente común, tan “mala” como lo podemos ser cualquiera de nosotros en las circunstancias adecuadas. De hecho, el insufrible personaje del cuento que da título al libro, es una muestra elocuente de esta galería de malos sin maldad, cuando su ex novia reconoce que no puede considerarlo hipócrita porque “en el fondo, el idiota de mi ex siempre debió creer en lo que decía”.

Son personajes nacidos de la reacción de un autor a ese nefasto signo con el que creció, de vivir en un país de locos delirantes que viven proponiéndose “pequeñeces” como salvar el mundo y pasar a la Historia.

Otro rasgo notorio en los textos de este volumen es la agudeza visual con la cual Carpio, valiéndose de trazos breves y precisos, atrapa situaciones, atmósferas y sensaciones que viven los personajes. Sabe que el lector no puede esperar por balbuceos ni descripciones demoradas. Sabe que el lector de hoy es hijo de tiempos instantáneos en los que la realidad se lee en twitter y, en cosa de diez minutos, no sólo se anuncia y se niega la muerte de una vieja diva vanidosa, sino que hasta hubo ocasión de ensayar ingeniosos juegos de palabras con la noticia, como ese que afirmó solemnemente que “Lila no se ha Morillo”.

Escribir un texto narrativo es como cruzar a nado un río ancho. Para que la empresa tenga éxito se deben administrar con mucho instinto brazos y pulmones. Impacientarse por llegar o dejarse ir flotando a la deriva, atentan por igual contra el objetivo. Se requiere pulso. Y el pulso exige talento y práctica. Y observación atenta del entorno cotidiano. Y lectura, mucha lectura, que es donde están las convenciones y herramientas del género. Y estos elementos se asoman sin timidez en este primer libro de cuentos de Darío Carpio.

Por eso, si un primer libro muestra historias contadas con pulso, imágenes eficaces y una oportuna mezcla de maldad, cautela, silencios y acentos, ya estamos ante una noticia auspiciosa. Pero si además ese primer libro está escrito a los 25 años (no olvidemos que —ve a saber por qué—un escritor es considerado un “joven autor” hasta los cuarenta), la expectativa que despierta ese autor adquiere ribetes de compromiso.

A eso se expone Darío con este primer libro que hoy presentamos. A eso se enfrentó desde el momento en que decidió que sus textos debían salir del círculo del puñado de amigos para lanzarlos a esa abstracción conocida como los “lectores”; esos que, como dice Federico Vegas, “pagan para que los sorprendan”. Esos que no te quieren sino hasta después que lograste el objetivo de sacarlos de su mundo. Esos que siempre esperan más y son tan propensos a decepcionarse.

Este libro que ahora estamos presentando, y que se encuentra desde hace algunos meses en las librerías de Caracas, es una excelente carta de presentación de un autor para con los lectores. Si un lector impaciente me obliga a precisar algunos títulos en particular, tendría que subrayar “Tomé un autobús en la estación equivocada”, “El idiota de mi ex vuelve al ataque” y “Fiesta de graduación”, que siento que condensan muchos de los elementos que, en evolución permanente, seguiremos leyendo en Darío Carpio.

Es poco lo que resta por decir. Presentar un libro es acotar las virtudes reales que tiene el texto y las potenciales que tiene el autor; no hacerle una cuña. Seguir hablando me llevará peligrosamente a los linderos de aquella, por lo que es sano saber callar. Acaso me resta decir que no se arrepentirán de comprarlo y que una vez leído lo recomendarán con gusto. Que me alegra ser quien los anime a hacerlo esta tarde lluviosa. Que el pana Darío Carpio se lanzó al ruedo y será un gusto sumarle lectores.

Celebremos por eso.