Réplica, de Ronald Delgado

replicaSi la Historia se encarga de contarnos el pasado, la ciencia ficción se propone el cometido de contarnos el futuro. Cuenta eso sí, en su descargo, con la ventaja de no estar obligada a atinar en sus especulaciones. Si se equivoca la Economía, que nos la han vendido como una ciencia, no tendríamos que esperar, entonces, aciertos rigurosos de una actividad que nace al calor de los anhelos y las angustias del hombre.

Si la divisamos como un género artístico, la ciencia ficción parece partir de una ruptura de esa concepción del Hombre como Creación Divina, para sustituirla con una concepción del futuro como responsabilidad Humana. Una forma parcial de agnosticismo que cambia el dios de los cielos por el de la ciencia, asumiendo que seremos nosotros mismos los que crearemos nuestro Apocalipsis y nuestro infierno.

Curiosamente, aunque ese futuro se presenta desolado, apocalíptico, opresivo y desesperanzado, hay una hermética forma de optimismo en sus especulaciones. El optimismo de creer que, después de todo, habrá un futuro y que el Hombre sabrá sobrevivir a su propia e innata capacidad de destrucción.

Pero no me hagan mucho caso cuando hablo del tema. En honor a la verdad, no soy un experto en la materia, y ni siquiera califico en esa vaga categoría conocida como “entusiasta”. Posiblemente peque de ligero al sospechar que esta condición puede entrañar la ventaja de no estar sujeto a dogma ni ortodoxia alguna a la hora de hablar de Réplica, segunda publicación de Ronald Delgado, editada por el Fondo Editorial del Caribe.

Mi encuentro con la obra de Ronald Delgado tuvo lugar durante la IV Semana de la Nueva Narrativa Urbana, a la que se presentó con un magnífico texto que parodiaba con inteligencia y conocimiento de las formas del género, el clásico tópico de la invasión extraterrestre, proponiendo una solución original y graciosa, que se convirtió en el cierre de lujo de esa edición. Si habría que calificar la presentación de Ronald en ese encuentro, apelaría al argot hípico para decir, sin más, que fue un batacazo. Ese batacazo se tituló Primer contacto.

Desde ese texto, que mostraba a un autor con sólida lectura del género, quedé pendiente de la próxima novedad que ofreciera este apóstol, junto a nombres como Susana Sussmann e Iliana Gómez, entre otros, de la ciencia ficción en Venezuela.

La oportunidad me vino con este conjunto de cinco relatos que hoy nos ocupa, y del cual compartiré con ustedes algunas notas.

La literatura, al margen del género, de las claves en las que está escrita, es un regodeo en las posibilidades que nos depara el universo cuando intentamos ordenarlo usando la palabra. Es por eso que omitiré las claves para hablar de las emociones y hallazgos gratos que me produjo esta lectura. Que es, después de todo, el fin de la literatura: producir “asombros”, una forma más pudorosa y menos pretenciosa de nombrar a la Belleza.

Lo primero que quiero acotar, es que Delgado apela a la estrategia del In crescendo en la conformación de los cinco cuentos de este libro. Sin ánimo de sabotear la sorpresa que depara cada uno, esbozaré brevemente de qué van: El primer relato, llamado El nuevo juguete de María, muestra un tiempo futuro en el que “la normalidad” está conformada por toda esa parafernalia tecnológica que hoy consideramos “novedad”, mostrando cómo el hombre nunca estará a salvo, se encuentre donde se encuentre, de alguna forma de nostalgia. El siguiente texto, “Un buen día para morir”, coquetea más bien con esa prima mayor (más vieja, quiero decir) de la ciencia ficción que es la literatura fantástica, la presentación de lo inexplicable como realidad imperante. En el tercero, “Burbujas en el espacio-tiempo”, Delgado aprovecha para recordar algún pasaje de su adolescencia (esto es una presunción que no pude evitar) a través del tamiz de su otra pasión: su profesión de físico. El cuarto cuento muestra más elaboración en el discurso y nos prepara para el plato principal. Se trata de “La hacemos a su medida”, una visión crítica de esa tétrica dupla conformada por los negocios y las religiones, en clave de futuro, con un desenlace redondo y certero. Si le hubiese titulado “Pare de sufrir” hubiese sido una investigación periodística y no un cuento. Sobre el último texto me explayaré un poco más, por ser el más logrado de la muestra.

Así como un rasgo noble habla de la Humanidad que existe en una persona, igualmente un párrafo, una imagen, un texto permite intuir cuánta capacidad de observación y de agudeza sensible hay en un narrador, asomando el tamaño o las posibilidades que hay en él. Es el caso de Réplica, cuento que no en balde le da título al volumen.

Réplica se ubica en un escenario de guerra (futura, por supuesto) en el que el Poder resolvió el asunto de la mano de obra, creando soldados que, al morir, volvían a la batalla luego de un proceso de reciclaje. Es decir, el horror de la guerra repetido al infinito. El ejército del que cuenta la historia lucha ferozmente por llegar a una base que es defendida con igual ferocidad por el ejército enemigo, permitiendo prever que cuidaban algo muy valioso.

No tengo intención de contarles el final, claro está, porque tampoco es la trama lo que quiero destacar, sino algo más valioso: La precisión en la vivacidad de algunas imágenes, la abertura lograda a través de los conductos del pensamiento del protagonista, o líneas como esa en la cual el Teniente Dermir sale del acorazado para “hacerse uno con el infierno de la guerra”, o subrayar que, al margen de la tecnología que el hombre es capaz de producir, éste afirma que, “Más allá de los reportes satelitales y de la información de inteligencia, eran sus instintos y sentido común los que lo guiaban en el campo de batalla”.

Es decir, que más allá de haberse dedicado a reflexionar sobre la anécdota de su historia, este texto muestra a un autor que se detuvo a reflexionar sobre la condición humana de sus personajes. Porque las anécdotas suelen ser las grandes sobreestimadas por los consumidores de historias, que desconocen que aquellas no son posibles si los personajes que las viven tampoco son posibles. Es por eso que estos “replicantes” de Ronald Delgado que, a diferencia de aquellos sí poseen experiencias y recuerdos de una vida humana normal, seguramente no son los primeros que se han contado en la historia de la ciencia ficción. Pero sí puedo afirmar que Ronald Delgado los hizo creíbles. Que hizo un uso sobrio y adecuado de los elementos de la literatura para convencerme de la “existencia” de esa historia. Y ahí reside su mérito.

Pero no quiero señalar sólo las alegrías que me produjo la lectura de Réplica. La ocasión es propicia para dejar constancia de dos quejas que tengo como lector: la primera, que la extensión de la muestra me dejó con mucha sed de más historias; el lector encontrará suficientes razones, y él suficiente talento, para un volumen con más “carne”; y la otra es un capricho personal que me permito; y es que eché de menos haber encontrado ese sabroso “Primer contacto” en esta muestra que hoy se presenta al mundo.

Quiero concluir señalando, para no abusar de su generosa paciencia, que no soy un mago de ferias. No pretendo vender a Ronald Delgado como la gran revelación de la literatura patria. Sí creo que Réplica muestra signos decisivos que me permiten decirle a él que por favor siga escribiendo, y a ustedes que lo lean y que estén atentos a las próximas noticias que él nos ofrezca.

No quedando más por decir, los invito a comprar y disfrutar esta Réplica. Celebración y júbilo. Gracias por su tiempo.