Librarse del miedo para encontrarse con la vida

Unas notas en torno a Intemperie, de María Auxiliadora Miranda-García

En una entrevista concedida en 2016, Mircea Cărtărescu afirmó que “alguien puede haber leído todos los libros del mundo y no llegar a ser escritor, porque el autor no puede brotar fuera de la existencia de una herida interna, del mismo modo que la perla surge a partir de un granito de arena que está lastimando a la concha”.

Una herida interna. La sutil imagen de una concha lastimada. Algo tan pequeño y tan determinante como un granito de arena. La vida es un prodigio cotidiano en permanente movimiento. El universo, un concierto de incesantes estímulos. El más común de ellos es el dolor. De allí que el arte se proponga develar ese perpetuo mecanismo a través de los testimonios de quienes han andado esos caminos. Y es eso lo que buscamos en todo buen libro: un mapa que registre la travesía que otro ha transitado. El camino de algo que no parecía tener nombre ni espacio en el mundo de lo concreto.

Y es, precisamente, lo que ofrece este poemario con el que la venezolana residenciada en Alemania, María Auxiliadora Miranda-García, hace su aparición. Un libro fino y hermoso desde el título: Intemperie, una palabra de musical sonoridad que alude a esas inclemencias del tiempo que afectan a los espacios no protegidos. Estar a la intemperie evoca, en primera instancia, algo frágil y, por tanto, vulnerable.

Una herida al descubierto.

Y, en efecto, este poemario es el relato de una herida a la intemperie y del largo camino en búsqueda de su sanación. Un viaje hacia lo desconocido, impulsado por una experiencia límite. El registro de uno de esos mecanismos invisibles que parten del abismo sin saber a dónde los conducirá el camino.

Se trata del incesante tema de la vida perdida y recuperada. Del gozo de estar vivo. Pero un gozo consciente de su finitud, como lo señaló, con insuperable belleza, Joseph Campbell cuando afirmó que: “dominar el miedo a la muerte equivale a recuperar el goce de la vida. Sólo se experimenta una afirmación incondicional de la vida cuando uno ha aceptado la muerte, no como algo contrario a la vida sino como un aspecto más de la vida”.

La intemperie supone la aceptación de la vida como un viaje a través de la esperanza, tallada de sabiduría y tiempo, como se afirma en uno de los versos del libro.

 

Intemperie es, entonces, un diario donde se asientan, no los cambios en el paisaje de una larga travesía, sino los cambios en la mirada desde la cual se contempla el cambiante paisaje que ofrece el camino. Una salida de la comarca para volver al punto de partida, habiendo adquirido un nuevo pacto con la vida.

Y la bitácora que ofrece este hermoso poemario se presenta en dos momentos de ese viaje: el de la mirada agitada que se siente fuera de casa, y el de la mirada que redescubre la casa allí donde se está.

 

En la primera parte la viajera se lanza al camino enfrentada al lacerante miedo a lo desconocido. Le espera un universo que no obedece a reglas conocidas, espacios propios ni territorios domesticados en días mansos. Es el momento en que prevalece el terror a perderse, la necesidad vital de encontrar (quizá de retomar) un centro. Somos lo que somos cuando estamos entre lo que sentimos que nos define. Abandonar esos predios produce el temor a disolverse.

“Yo no decido sobre todo lo que llega y se va (…) / sobre lo que intuimos y finalmente somos. / Sobre el sueño profundo, / del que casi siempre despertamos.”

Y allí es cuando la libertad se muestra en su vigoroso esplendor. Borrados los referentes, desdibujado el paisaje conocido, se entra en el terreno de la verdadera existencia. La plenitud del  viaje del héroe. Alejarse para conocerse.

Borrados los referentes, todo pasa a examen.

Casi siempre en la corriente ruidosa, / andan el espíritu y la duda, / buscan una tregua en su propia sombra / sin reconocer el camino, / sin imaginar que detrás del abismo / no siempre aguarda el vacío…”

Cuando descubre que perderse es reafirmarse, la viajera inicia el segundo momento de su travesía, ese que aterriza y funda de nuevo el universo.

Tomada por ese espíritu, emprende la laboriosa tarea de alimentar inventarios. Con la pasión de quien vuelve del camino, se sacude el barro para, luego de la aceptación de su destino, da rienda suelta a su mirada.

Es el momento de apreciar los dones recibidos.

Esta segunda parte es el canto de quien encuentra su lugar. Una persona feliz, o agradecida, que es lo mismo. O feliz por agradecida. Y se dedica a la envolvente belleza de las enumeraciones caóticas y su falsa (aunque grata) sensación de abarcar el mundo. Acude al primordial ejercicio del asombro. Cada cosa mínima, cada fragmento inexpresable, cada pedacito de universo es fuente de grandes momentos, del advenimiento, de la representación a escala del mundo todo. Y atisba lo venidero, lo que ocurre en silencio, como el granito que lastima la concha.