La hora perdida

Así como la mejor manera de conocer a un autor es a través de su obra, la mejor manera de comenzar a hablar de un libro de cuentos es, precisamente, con un cuento. Cumpliendo ambos preceptos les echaré, entonces, el cuento de cómo conocí a Krina Ber, autora del libro que hoy nos reúne, La hora perdida, a través de un texto que hoy, tanto tiempo después, aún releo y celebro con esa alegría que produce estar ante un genuino artilugio literario.

Como lo han demostrado los clásicos, hay una mágica disposición del lector a escuchar una historia que no presenció y que preferiblemente haya ocurrido en un tiempo lejano. Es el famoso Once upon a time.

Nuestro érase una vez se remonta al año 2001, cuando se dio el veredicto del III Concurso Nacional de Cuentos de Sacven, en el que participé, con la misma tímida esperanza que empuja a  todo autor novato: confiar en una caricia de la Diosa Fortuna para dar a conocer su obra. La primera gran alegría que recibí de ese concurso, fue leer en prensa el veredicto con una lista de 13 autores, entre los cuales estaba mi nombre, seleccionados de un total de 217 obras participantes, por parte de un jurado que incluía a Eduardo Liendo y a Sael Ibañez. Esa lista contenía nombres de autores que, como yo, estaban apostando a ese coqueteo celestial: Roberto Martínez Bachrich, Manuel Llorens, Rodrigo Blanco Calderón y Krina Ber, entre otros.

Enternece pensar que un anhelo común, una forma de la inocencia, ordenó esas firmas en una lista que sus miradas habrán repasado, como la mía, varia veces hasta casi aprendérselas.

Salvo el de Manuel Llorens, con quien había participado en el taller del Celarg el año anterior, los nombres de mis compañeros de fortuna no me decían mucho. Pero llegó la ocasión de leer sus textos y, en medio de ese caprichoso péndulo llamado el gusto, leí uno que destacó de inmediato y  me deslumbró particularmente. Era la historia de una arquitecto cuya familia había huido de los desmanes de la guerra, en un país de Europa, y había llegado a Venezuela, donde su padre, que logró sobrevivir en cuerpo, más no en espíritu, a la persecución a la que fue sometido, quedó atrapado en la paranoica perversión circular de perseguido-perseguidor, adentrándose en la vasta selva tras la pista de sus verdugos, para ser devorado por esa prisión de la que su espíritu nunca logró escapar.

La serenidad con la cual estaba edificado el relato, la reflexiva precisión de los sentimientos expresados, el pulso demorado pero firme como dibujaba el arco de la historia, la pasión que conducía el texto hacia su desenlace, la manera en que salía de la línea del tiempo para volver a ella con elegancia, la mirada fina que visibilizaba los hilos que mueven los pasos de los personajes en su paso por la Tierra, contado con ritmo, precisión y elegancia, produjo en mí una inmediata empatía y una gran admiración por su autora, y un ávido deseo de conocerla.

Aquí vale reforzar la historia con un recurso milenario y comprobado que es el de acudir al testimonio de un tercero. Este tercero es, precisamente, Krina, quien “no me dejará mentir”, ya que cuando finalmente logré conocerla en persona le transmití mi alegría de haber leído Los milagros no suceden en la cola, el cuento con el que, precisamente, abre esta magnífica compilación que ya entonces exhibía los elementos que caracterizan su obra: La pequeña historia al servicio de los grandes temas y la narración elegante y demorada sin perder el ritmo, los cuales hablan de un autor reflexivo que urde lentamente sus historias en la cola, del trabajo a la casa.

 

Desde ese 2001, año en que la conocí, hasta nuestros días, la obra de Krina Ber ha sido coherente y fiel a sus postulados y a sus asombros. Es una autora cuya visión del mundo se formó en polaco, padeció la tormenta de la adolescencia en hebreo y finalmente ordenó en español todos esos asombros que se trajo en la maleta, cuando finalmente se asentó en nuestro país. Una autora con un agudo y sosegado manejo del lenguaje que se pone de manifiesto en este título que hoy presentamos, que recoge una muestra sustancial de su cuentística, el cual recomiendo de todo corazón.

 

Palabras de presentación de La hora perdida, de Krina Ber

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