El triunfo de los coyotes

Conocí a Lizandro Samuel en la extinta librería Lugar Común, hace unos diez años, durante una edición de un taller que dicté durante un tiempo en esa librería. Era un taller de eso que se conoce como “no ficción”, o hacer literatura a partir de hechos reales. Mucha gente, sobre todo esa generación que actualmente está en los treinta, pasó por ese taller. Muchos periodistas, sobre todo. Como es natural, a mucha gente que pasó por ese taller nunca la vi más. Pero a otros, con el paso del tiempo, me los seguí encontrando a lo largo de ese espinoso camino de hacerse del oficio. Obviamente, el personaje que nos ocupa, forma parte de estos últimos.

Aun lo puedo recordar en esa primera sesión de esa edición del taller en el que participó. Aunque reservado, quizá tímido, me cayó bien. Sentía en él, en sus silencios, en su mirada atenta, una disposición, unas ganas, una actitud muy comprometida ante los asuntos que nos ocupaban. Esa es la gente con la que te gusta trabajar en los talleres.

Luego tropezándonos eventualmente en esos espacios en los que usualmente uno se encuentra, ratifiqué que Lizandro, efectivamente, se estaba tomando en serio lo de hacerse del oficio. Que aquella energía silenciosa que sentí en él, delataba una determinación.

 

Cuando Albor Rodríguez y yo fundamos La vida de Nos, necesitábamos hacernos de un grupo de firmas interesadas en hacer periodismo narrativo y ya teníamos a Lizandro muy ubicado en ese radar. Yo tenía conocimiento de su pasión por el fútbol, por lo que le hicimos un primer encargo para nuestro sitio. Le referí aquel famoso gol que hizo Deyna Castellanos desde la media cancha y le pregunté: “¿Tú crees que eso se pueda convertir en una historia? ¿Te animarías a escribirla?”.

Por supuesto, se animó. Y, por supuesto, mostró uno de los rasgos que hizo que esa fuese la primera de una larga lista de colaboraciones para nuestro sitio: una disposición permanente a hacer las cosas y a hacerlas bien. Son esas las firmas con las que un editor disfruta trabajar. Era decirle: “No, el enfoque más bien es este otro, ¿tú crees que se podría?”. Y en su “sí, vale, vamos a volverlo a hacer” había la certeza de que íbamos a tener la pieza que queríamos publicar.

Entonces ya mostraba esa comprensión de que escribir es reescribir. Y ya en esa primera etapa descubrí que había en él unas ganas enormes de darse a conocer como narrador; y algo mucho más atrevido en un país como el nuestro: no solo quería escribir, sino que quería vivir de escribir.

Con el tiempo no solo lo seguí leyendo, sino que a partir de ese primer trabajo que hizo para La vida de nos, lo seguí editando. Es la forma más consciente de leer a alguien. La forma más profunda de conocer a un autor. De conocer sus fortalezas y debilidades. El editor lee consciente de que su deber es ayudar al autor a que ese texto que está escribiendo saque de sí todo lo que tiene que dar. Todo lo que puede dar.

Editar a Lizandro fue, entonces, una manera de acercarme más a su trabajo y entender con más claridad lo que se proponía hacer, la visión que se estaba construyendo sobre la escritura. Han sido, como ya dije antes, una relación de unos diez años, conversando, sea en persona o sea a través de sus textos. Hemos tenido acercamientos, hemos tenido diferencias. Llegué a hacerle sugerencias que tomó de buena gana, o que ignoró olímpicamente, lo cual decía que se estaba haciendo de su mirada sobre cómo contar el mundo.

 

Esta primera etapa de la carrera de Lizandro, que arranca con aquel chico que mostraba un deseo ferviente de escribir, y de ser tomado en serio, concluye con el libro que nos reúne: El triunfo de los coyotes, título recoge el camino andado hasta entonces. Ya nos enteraremos adónde nos llevan los siguientes pasos de Lizandro, pero por lo pronto vamos a detenernos y celebrar este testimonio que, como él mismo comenta, recoge 10 años de actividad en los cuales se ha sentido el proceso de construcción de una voz. Y lo puedo decir con propiedad porque conozco a Lizandro como lector “especializado” desde sus inicios, y leyendo el libro pude determinar los cambios que se han manifestado en el registro, en el modo de abordar, cómo fue adquiriendo habilidades distintas, suprimiendo cosas que en un principio estaban muy a la vista. En este libro se puede ver, en fin, sobre todo para el que lo ha leído con detenimiento, el camino de Lizandro en la búsqueda de su propia voz. De hecho, que sean muchos los editores que lo conozcan, editores fuera del país que lo han trabajado, dice que estamos ante un autor que ha tenido la mejor escuela posible para la escritura: la mirada del tercero que señala, que sugiere, que hace pulso con el autor, mientras este se hace de sus propias formas de expresar el mundo que le rodea. Puedes estar de acuerdo, puedes no estar de acuerdo, pero es su manera de mirar el mundo, y eso no solo es importante, sino que es algo que hay que celebrar.

 

El triunfo de los coyotes recoge 32 historias de vida. Vale acotar que, ante la ocasión, me toca jugar un doble rol: Me tocó escudriñar en sus páginas para preparar esta presentación, y él escudriñó, hace un tiempo ya, en mi vida privada en busca de insumos para una de las semblanzas contenidas en el presente volumen.

Son 32 historias de vida que, si uno las lee de punta a punta, como lo hice yo (a pesar de que algunas ya las conocía), puede ver con claridad cómo él también está hablando de sí mismo, de las cosas que a él le parecen importantes del mundo, a partir de los rincones donde pone la vista. Es leer sobre otras personas para conocerlas un poco de sus vidas, para ir conociendo también al autor.

En esta lectura sistemática y demorada del volumen fui encontrando elementos característicos de su voz, a pesar de los cambios que se han dado en el tono. Y es interesante cuando uno lee un libro que tiene historias de distintos momentos de vida del autor, ver cómo esos temas que no lo pueden abandonar, los sigue mostrando, pero cada vez con un zurcido más fino, como para que no se note que siguen siendo las mismas búsquedas de siempre.

Uno va sintiendo, mientras avanza en la lectura, cómo el acabado de los textos se va haciendo más sutil, cómo el camino para llegar a donde quiere ir se hace más lateral, menos obvio. Son las mismas búsquedas, pero otras las maneras. Decía Fito Páez que para crecer hay que traicionarse, y yo definitivamente creo que en ello.

 

En El triunfo de los coyotes hay un tono que, por momentos, roza esa superlativa imagen visual, muy propia del cómic. Yo siempre me he detenido ante las imágenes de Lizandro y, en unos casos más que en otros, he sentido que las imágenes a las que él acude para mostrar un momento de los personajes, así se trate de un momento dramático, nos hacen sentir que hay, en esa situación, algo ligeramente irreal. Obviamente, hay en ello mucho de una búsqueda del autor de contar en clave pop, de sus influencias y del universo del cual él bebe; pero también hay una intención manifiesta de poner, entre las tragedias de la vida y el lector, una especie de pátina que nos dice que la vida con sus tragedias y sus sinsabores no deja de ser, también, una representación. Un juego en el que se solazan unos dioses aburridos.

O una manera de rehuirle al melodrama, a la solemnidad que, para no agregar dolor al dolor.

Entonces, cuando nos muestra situaciones que pueden ser duras, violentas, acude a ciertas imágenes que nos llevan a entender que no estamos leyendo la vida, sino la mirada de alguien sobre la vida, expresada a través de literatura. Eso nos permite sellar el pacto de sufrir con él lo que él nos quiere mostrar, pero entendiendo que estamos ante una representación (de una representación) de la realidad, y como tal nos propone entenderlo. Es ver el mundo a través de la mirada de otro, y este otro, en este caso, es Lizandro Samuel. Es un autor con su cómo en la manera de decir lo que ve.

 

Milagros Socorro decía, más o menos, que una semblanza es buena cuando no solo nos muestra cosas que queríamos saber del personaje sino cosas que no sabíamos que queríamos saber del personaje. Eso entraña el placer de leer historias de vida. Hay algo chismoso en querer enterarse de los detalles de la vida de otro, para intentar entender sus decisiones y pasos en esta maraña de confusión que nos toca transitar. Eso me ocurrió con muchas de estas historias: que yo no sabía que hubiera querido saber esto de fulano, pero ahora que lo sé creo que puedo entender más al personaje, si es el caso que lo conozco, y si no lo conozco, me hago una dimensión mucho más amplia de un personaje que me resultaba ajeno, pero que ahora lo veo en una condición humana mayor. Porque de eso se trata la escritura de textos sobre terceros: de saber poner el ojo en algunas fotos que sean reveladoras del personaje, fotos que muestren situaciones que, para el común de las personas, pasa desapercibido, pero el que está buscando entender al otro para retratarlo, necesita ese ángulo, necesita esa anécdota que revelan mucho al personaje.

Eso es lo que logra Lizandro en estas historias.

Pero, y he aquí el arte de la semblanza, la gente no nos cuenta así su vida. La gente no tiene tan claras esas imágenes ni esos procesos que suelen ser inconscientes. La semblanza es el producto de la mirada del que está viendo y escuchando, que llega un momento y dice: “ya creo entender lo que te pasó, y ahora tengo que hacérselo entender a un tercero, que es el que lo va a leer, que no está presente aquí con nosotros y que lo va a leer incluso en otro momento de su vida con otro estado de ánimo”.

Esta es la habilidad que tiene el narrador de historias de vida, y es donde podemos ver cómo la dimensión del biografiado es ayudada por la dimensión del biógrafo.

Es el encanto de las historias de vida: nos cuentan la vida de alguien a partir de escenas que están allí, que sucedieron, pero que no estaban a la vista y que debieron ser interpretadas de forma que podamos ver que nos dicen mucho sobre los personajes. No las que están a la vista, sino las que se hacen visibles gracias a la mirada del escritor. Ese trabajo es lo que vamos a presenciar y a disfrutar leyendo estas historias de El triunfo de los coyotes.

 

Palabras de presentación de “El triunfo de los coyotes”, de Lizandro Samuel, por Héctor Torres

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